Si nos lo llegan a decir cuando nos enteramos que George Lucas había vendido su alma a ese diablo vestido de Mickey que es Bob Iger nos hubiera parecido tan caricaturesco, tan exagerado, tan risible, tan típico de Disney, que no nos lo hubiéramos creído. Demasiado paródico para ser real.
Pero no lo era. Disney ha creado una versión bebé de Yoda.
Y nos lo hemos comido con patatas y sin rechistar.

Los nuevos tiempos: no diga director, diga showrunner.
Lo hemos hecho porque el cocinero ha sido Jon Favreau, un tío muy simpático que lo mejor que tiene como cineasta es que es infalible detectando los aspectos esenciales de una historia o un personaje y los protege de los lobos de hollywood a cambio de concesiones en cualquier otro aspecto de la película. Ahí están Elf, Iron Man, El libro de la selva o El Rey León para demostrarlo ¿Es mal director? Por supuesto que no. Es el director perfecto para una industria en la que lo importante ya no son los directores sino los showrunners, supervisores de universos o los kevinfeiges de turno. Favreu cumple, hace caso y sabe lo que hace que algo funcione. Aunque para mi siempre será el novio millonario de Monica Geller que aspiraba a ser campeón de la UFC, con todo lo que ha hecho después ha sido suficiente para ser algo así como el nuevo Rey de las franquicias.

Ojo, que no es poco. Favreau ha convertido una pequeña película indie, con un cómico semidesconocido en su momento, en un clásico de culto (Elf). Puso la primera piedra para la mayor franquicia que ha visto el cine resucitando de paso a la que seguramente ha sido la última gran estrella del Hollywood de las estrellas (Iron Man y Robert Downey Jr.) y le enseñó a Disney como clonar con éxito éxitos animados para young adults e hijos (El Libro de la Selva & El Rey León). Vamos, que lo que hace, lo hace bien.
The Best of Lucas & Filoni.
Favreau sabe perfectamente cuales son las esencias de Star Wars que reclama el fandom (más vale no enfadar a los niños rata del mundo). Y también sabe quién es el mejor guardián de esas esencias: Dave Filoni. Un señor que con toda seguridad sabe más de Star Wars que el propio Lucas, y que fue el responsable de dotar de profundidad y sentido a todo el universo que rodeaba a los Episodios I, II y 3. Para El Mandaloriano, Favreau ha juntado todo lo bueno del Star Wars de Lucas y el Star Wars de Filoni para crear la serie. Y para la mayoría de la gente el maridaje funciona.

día aquel en el que Bob Iger se sacó un hamster del ano.
En el Mandaloriano hay western espacial, una relación padre hijo, religión galáctica, mundos que ya estaba ahí antes de que nosotros llegáramos y seguirán ahí después de habernos ido, un personaje icónico embutido en un casco, el polvo, las cantinas, los speeders, los bichardos de todas las clases y tamaños, el puto camino del heroe y tal … Y están ahí no como un mero homenaje de lo que fueron en otras películas (que también), sino avanzando en lo que sabíamos de ellos hasta ahora: los moradores de las arenas que hablan y se relacionan socialmente, los jawas que pelean, los soldados imperiales que bromean, los clones que buscan el sentido de su existencia,… pero…
Siempre hay un pero.

Y ese pero es el peaje que Favreau siempre paga por mantenerse fiel a las esencias, ceder determinados aspectos de la narración al departamento de marketing del estudio y convertir a esta serie en un punto de inflexión negativo de la época dorada de las series, de la misma forma que las franquicias de Marvel lo han sido para el cine y la época dorada de los blockbusters.
No es una serie, it´s a trap.
Me explico. En El Mandaloriano las concesiones al departamento de marketing no son solo ese Baby Yoda adorable y mega poderoso de la ostia aún siendo un niño. Ni crear un protagonista que se parezca a Boba Fett, ni volver a Tatooine otra vez, ni dejar que Bryce Dallas Howard vuelva a dirigir un par de capítulos en la segunda temporada después de haber dirigido los peores de la primera… Esas son concesiones meramente cosméticas que tienen más que ver con el merchandising, los niños rata y el nepotismo empresarial.

Quiero decir que si el protagonista es un mandaloriano que lleva un casco de Boba Fett o uno de vikingo, es una cuestión de diseño de producto. O que el niño sensible (por decir algo) a la fuerza tenga forma de humano, Gungan o ratatopo, también. Evidentemente, aporta matices y ayuda a definir a los personajes y a que sus muñecos sean más vendibles.
Pero hay una necesidad de marketing más acuciante ahora mismo en Disney que vender moñecos: vender suscripciones a Disney+. Y esa realidad empresarial afecta a las decisiones narrativas más relevantes que se toman en la celebradísima temporada 2 de El Mandaloriano. De repente, empiezan a aparecer personajes invitados y se abren arcos argumentales que no están ahí por lo que aportan a lo que la serie está explicando o va a explicar. Están ahí porque esos personajes y esos arcos van a tener su propia serie en Disney+. Y eso no es un experimento narrativo y transmedia y blablabla que aporta una nueva forma de [inserte aquí la sandez que más le apetezca] en la narrativa en tiempos del streaming, es una estrategía de fidelización.
Ese es el verdadero camino de El Mandaloriano, porque si para identificar al protagonista de una historia hay que detectar al personaje que hace avanzar la narración mediante sus actos o decisiones, en la temporada 2 de El Mandaloriano está claro quien es el protagonista: el marketiniano.
